Cárceles

No he visitado ninguna cárcel y la verdad no es algo que desee. Tiene que ser uno de esos lugares de donde se sale agradeciendo la libertad de la que una dispone y preguntándose una y otra vez sobre la naturaleza del ser humano, las reacciones y conductas, pero también sobre lo justo y lo injusto. He escuchado historias y he conocido a personas que han pasado por esa experiencia, pero visitar, lo que se dice visitar una cárcel, nunca.

Esta semana en una centro de reclusión a 25 kilómetros de Tegucigalpa, la capital de Honduras, más de 40 mujeres fallecían en un enfrentamiento entre pandillas. No puedo dejar de recordar otro suceso ocurrido en febrero de 2012 cuando más de 350 reclusos murieron abrasados en la prisión de Comayagua, también en Honduras. 

Hablo de Honduras porque la noticia ha aparecido esta semana, pero también puedo hablar de Malawi donde la entrada en la prisión de Lilongwe de un joven, a quien ayudábamos a través de  uno de nuestro programas de educación, me llevó a conocer las condiciones extremas en las que vivían los reclusos.

Quien comete un delito tiene que pagar por él, eso, para mí está fuera de toda discusión. Quien trasgrede la ley tiene que asumir un castigo por ello, punto. En el caso del joven malawiano no había duda de su culpabilidad, podría haber atenuantes, pero el hecho era real, claro y tangible, por lo tanto, nada que decir cuando fue detenido y encarcelado. También habría que hablar de delitos porque no todos están en la misma categoría ni las personas que los cometen en las mismas circunstancias.

A lo largo de mi vida he sido testigo de injusticias cometidas cuando se hacen juicios sin ninguna garantía o los hechos son juzgados sin tener en cuenta todas las circunstancias que se dieron en el caso. Tengo en mente a alguien que en estos momentos está en una cárcel. No voy a decir ni su nombre ni el país. Es familiar de alguien muy cercano a mí que es quien me mantiene informada. Su propia detención está envuelta en misterio y nocturnidad, nunca mejor dicho, porque fue abordado de noche mientras viajaba. La acusación se mantiene a medias y todas las pruebas aportadas probando su inocencia han desaparecido. Resultado: está encarcelado a la espera de juicio.

Difícil hablar de este tema. Sigo manteniendo que el que comete un delito pague por él, pero pensando en el hacinamiento que hay en muchos lugares, las luchas internas, las mafias, las pandillas, me pregunto si aquel que cumple condena, después de intentar salvar su vida en esas prisiones, no sale peor que entró.

Por encima de todo están los derechos de cada persona, de los que andamos por la calle ¡y hay qué ver quienes andamos! y de los que cumplen condena. Con los derechos no se juega, pero esto es algo que no está tan claro para muchos. Lamentablemente sucesos como el ocurrido en el Centro Femenino de Adaptación Social de Honduras no puede dejarnos indiferentes, una vida es una vida y su muerte tiene que sacudirnos, sino seríamos inhumanos.

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