Coraje
Es la tercera vez que visito Werlte, reino de los trailers Krone, ciudad situada en el municipio de Emsland, Baja Sajonia alemana donde mis hermanas de Congregación viven su misión en una residencia de mayores. Sigue impresionándome escuchar historias de la guerra, de esa II Guerra Mundial que se llevó por delante tantas vidas y, para no olvidarlas, un monumento en el parque recoge el nombre de los fallecidos y desaparecidos entre 1940 y 1945, el sufrimiento y la precariedad de un momento histórico que desgraciadamente seguimos recordando y viendo en otras guerras.
Entre los internos, hombres y mujeres, son ya pocos los que tienen memoria clara de lo vivido, pero aún algunos recuerdan su niñez y en su demencia llaman a los que se fueron. Me contaban que entre ellos, uno de los residentes llamaba a sus abuelos y a sus padres. "¡Papá, papá, papá se fue a la guerra!" y lloraba en silencio. La hermana que trabaja en esa planta para tranquilizarlo le decía "Papá volverá, no llores, verás como viene", pero él, en su viaje al pasado, repetía "Papá no volvió, no volvió de la guerra".
Hace unos días, no saben muy bien por qué, una alarma del edificio se disparó y algunos de los internos gritaron "¡apagad las luces, vienen los aviones"! Visitándolos, uno en concreto, hablaba inglés. Poco a poco fue construyendo frases. Me contaba que había nacido en 1931 y que en la escuela, en 1937, había estudiado inglés. Entre las preguntas y respuestas quise saber dónde había nacido. Me contestó que en otra ciudad, pero hubo una guerra y un muro, "¡sufrimos mucho"!, y cambió la conversación. Ahora con un cáncer terminal espera en la residencia. Su mujer, demasiado mayor para atenderlo, viene todos los días dos horas a charlar y estar con él. Seguro que entre sus memorias más de una vez aparecerá esa guerra.
Werlte, como tantos lugares, se quedó sin hombres. Fueron las mujeres las que trabajaron en el campo, ocuparon los puestos en las factorías, fueron quienes trabajaron sin descanso en nombre de quienes se habían ido. Recuerdan los internos que sus madres los llevan con ellas, que corrían juntos para esconderse de los bombardeos y que mantenían la esperanza de ver regresar a los suyos del frente.
Pienso en los niños de Ucrania, de Gaza, y de tantos otros sitios... ¿Qué recordarán ellos? ¿Qué estamos dejando en su corazón?
Cuando estaba en Malawi coincidí con un Misionero de África, Adriano von Pitxen, un auténtico abuelo para mí. Había nacido en Holanda poco antes de la guerra. Decía que no tenía memoria clara de la contienda, a penas tenía tres años y contaba cosas que había oído a sus padres o hermanos, salvo una: con detalle narraba el día en que, con ocho años y junto con otros niños, corría tras las tropas canadienses y gritaba "¡los canadienses, los canadienses!", habían liberado Holanda, la guerra tocaba su fin. Lo contaba con tal realismo que se me erizaba la piel al escucharlo. Aquí en Werlte también siento escalofríos cuando me llegan ecos de un pasado lleno de dolor y muerte.
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