Paz
He iniciado este año 2022 en Colombia, un país asolado, sí, esa es la palabra, durante mucho tiempo por la violencia que dejó tras de sí miles de muertos, desaparecidos y desplazados y que aún hoy, de otro modo quizás menos visible, sigue sometiendo al pais a ella.
Sigo escuchando las experiencias de mis Hermanas de Congregación en los años ochenta y noventa cuando realizaban su trabajo misionero en “zonas calientes”, lugares de enfrentamientos frecuentes entre el ejército y la guerrilla. Y me impresiona su entereza, su compromiso con el pueblo, con quienes, como ellas, se veían protagonistas de esa violencia desatada. En una de aquellas misiones, la gente les rogaba que no se fueran porque si lo hacian la locura de las armas se desataría en el pueblo. Mientras ellas estuvieran había un cierto cuidado y respeto.
Miles y miles de historias llenas de angustia y miedo. La hermana que se ve envuelta en una “balacea” en medio de la calle entre la policia y la guerrilla y paralizada, no recuerda ni quién ni cómo, acabó en la garita de la policia, probablemente el objetivo más claro de los atacantes. O de aquellas, que avisadas de la presencia de una persona muerta en la calle asesinada a saber por quién, la recogían porque nadie se atrevía a hacerlo sabiendo que los vigilaban. Quizás ya lo haya contado, pero siguen impresionándome los agujeros de bala en una de nuestras viviendas, balas incrustadas en uno de tantos tiroteos.
También están las anécdotas como la de la hermana, pasada de peso, que logró esconderse debajo de la cama al iniciarse el tiroteo pero una vez finalizado este hubo que levantar la dicha cama para que saliera. El miedo te hace entrar por donde sea pero te paraliza para salir.
En este primer día del año he subido en Metrocable al Parque Arví en uno de los cerros que rodean Medellín, viendo desde el aire unas de las comunas con más población de la ciudad. Me contaban que la mejora de las comunicaciones había ayudado a salir del olvido, pero sobre todo de la violencia, a estas zonas donde el futuro se labra a base de esfuerzo y golpe de suerte porque la delincuencia y la droga acampan por sus calles.
Los disturbios del año pasado, sobre todo en Bogotá y Calí, en protesta por la política de reforma tributaria del Gobierno de Iván Duque, pusieron de manifiesto la inestabilidad y descontento social que existe. Triste es también que muchos líderes campesinos han sido asesinados en un volver silencioso de la violencia a las zonas rurales.
El presidente Juan Manuel Santos recibió en el año 2016 el Premio Nobel de la Paz por sus acuerdos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), uno de los grupos más combativos del país junto con el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Si pero como quien dice no. El sentir de muchos es que, en lugares donde la guerrilla ha tenido poder, sigue manteniéndolo y en muchos casos asume el control de la zona. Triste realidad para un país donde vivir en paz aún parece un sueño. Y mientras, se sigue llorando por los asesinados y desaparecidos, caídos en un conflicto sin punto y final que arrastra dolor y desesperación. Lo dicho, triste realidad.
Comentarios
Publicar un comentario