India
Desde hace dos semanas visito nuestras comunidades de India, un viaje por los estados de Telangana, Andra Pradesh, Orisha y Tamil Nadu. Un recorrido por un país de muchos países, un mundo distinto, nuevo, profundo, lleno de colorido, pero sobre todo diverso. Y, un encuentro con la vida y misión de mis hermanas de Congregación allí donde están.
No fue fácil conseguir la visa y sólo me la concedieron por treinta días, la pandemia del coronavirus ha impuesto restricciones reduciendo la visa de turismo de tres meses a uno. Más vale eso que nada. No puedo visitar nada más que la mitad de las misiones, quedan las otras en stand by. Será en la próxima visita que viaje en tren porque como dice un amigo, “quien diga que ha estado en India y no ha viajado en tren, es que no ha estado”. Según eso yo no estoy aqui.
En medio de este calor sofocante, ahora mismo, cuatro de la tarde, en Gumuda, Orisha, la temperatura es de 44 grados, visualizo escenas vividas en estos días quiero compartir algunas de mis experiencias en este nuevo viaje por India.
El 8 de marzo coincidiendo con el día de la mujer trabajadora inaguré en Thackalay, estado de Tamil Nadu, un centro que da trabajo a 47 mujeres. Hace años una mujer entendió la necesidad de ayudar a las mujeres, quiso visibilizarlas y conseguir que se sintieran parte de la sociedad. Creó una empresa textil, VStar, y comenzó a dar trabajo. En estos momentos hay 18 centros de este tipo que acojen a casi 2.000 mujeres.
Son mujeres maltratadas por sus maridos, por lo general borrachos y muy violentos. Mujeres que se consideran nada, que son miradas con desprecio y utilizadas. Alguna pensó en suicidarse y si no lo hizo fue por los hijos. Sus historias ponen la carne de gallina.
El centro número siete, el nuestro, fue financiado por la Fundación Esteban González Vigil con una donación recibida específicamente para este proyecto. Las mujeres no solo trabajan y ganan un salario sino que han percibido que no están solas, que son muchas las que sufren la misma situación y que juntas se hacen fuertes porque, aún en medio de esta sociedad machista, aportan dinero y empiezan a decidir.
De Tamil Nadu me fui al estado de Andra Pradesh donde colaboramos con los Salesianos en un centro para niños abandonados. Está a 30 kilometros de la ciudad de Vishakapatnam, en el golfo de Bengala. Ciento veinte niños, en estos momentos menos debido a la pandemia y a las nuevas normas del gobierno indio, viven, estudian pero sobre todo encuentran cariño y atención. Fueron encontrados en las estaciones de tren o en la calle. Su familia los abandonó por carecer de medios para cuidarlos o ellos huyeron de la violencia que se vivía en ella. Cinco de ellos no recuerdan nada de su familia.
El grupo lo componen niños de todas las edades, el más pequeño tiene siete años y acababa de llegar. Como en toda familia los mayores ayudan a la integración de los pequeños. En los años que lleva funcionando el centro, han coseguido mejor la vida de todos los que han pasado y los que ya han finalizado sus estudios están trabajando.
La noche que estuve allí me hicieron una fiesta. Entre quienes bailaban a un ritmo frenético estaba Siju, a punto de terminar sus estudios de bachillerato. Me contaban que había llegado con 8 años, lo encontraron durmiendo en la estación del tren. Es un chaval, alegre, dinámico, actúa de hermano para los más pequeños que lo respetan y quieren.
No pude evitar recordar mis nueve años en la misión de Chezi, en Malawi, y el trabajo realizado allí con los niños huérfanos del Sida. A estas alturas suelen decirme que ya soy abuela porque aquellos niños ya son adultos, tienen un trabajo, se han casado y tienen hijos.
Sigo asombrándome y conociendo, pero sobre todo sigo admirando a las Misioneras de María Mediadora que dedican su vida a mejorar la de otros, que con valentía llevan sus misiones adelante desde un compromiso de fe y vida. Hay que estar aquí para entender la labor que hacen en un país donde los cristianos son perseguidos. Un diez como nota se queda corto.
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