El padre

Hace unos días regresando de Honduras y mientras intentaba dormir, algo imposible durante el viaje y aún ahora debido al jet lag, veía la película El padre interpretada por Anthony Hopkins y Olivia Colman. Con un argumento verídico y por desgracia cotidiano para casi todos, la película relata la realidad que vive Anthony, ¡curiosa coincidencia con el nombre del actor que lo interpreta!, y como se va adentrando en las neblinas del sin sentido y el olvido. 

Magistral la interpretación de Hopkins, que le valió a sus 83 años, otra coincidencia con el personaje, un Oscar, dando vida al Anthony frágil que se resiste a ser arrastrado al laberinto sin respuestas en que se ha convertido su vida. Sólo un actor como Anthony Hopkins podría lograr tal realismo en su interpretación, tal convicción a la hora de mostrar los altibajos de alguien que se enfrenta a un rompecabezas truncado de personas y situaciones.

Me habían hablado de la película, me la habían recomendado pero nunca atisbé, antes de verla, el impacto que me iba a ocasionar y no sólo, como ya dije, por la interpretación de Anthony Hopkins, sino también por el de Olivia Colman en el papel de su hija Anne y esas decisiones y actitudes que tiene que ir tomando y aprendiendo para entender a su padre pero también para continuar con su vida. 

Al terminar, en los vaivenes por las turbulencias del avión, hice repaso de las personas cercanas o no tanto, que he conocido y conozco, atravesando por los caminos de la misma historia. Gente con vidas plenas que se les fue escapando, que se les escapa de las manos, sin posibilidad de retomarla y reconstruirla de nuevo. Años donde quienes fueron amables y bondadosos se vuelven huraños y desconfiados. Momentos poblados por quienes te amaron y ahora desconfían de ti y te ven como un extraño que intenta arrebatarles aquello más querido.

Un película para pensar sobre el sentido de nuestra propia vida, de lo que aún no es y puede que sea; para reflexionar en los límites, en la salud pero también para prepararnos -¿se puede estar preparado para esto?- y afrontar lo que pueda ocurrir con nuestros seres queridos, con nuestra gente, con nosotros mismos.

Y junto con El padre menciono otro libro de temática similar que leí a principios de este año Llévame a casa de Jesús Carrasco donde un hijo va acompañando y descubriendo el itinerario que su madre inicia hacia el país del olvido. Era el segundo libro que leía de este autor. Si Intemperie me dejó con un sentimiento asesino por acabar con los malos pero sobre todo me impresionó por el dominio del lenguaje y la descripción, Llévame a casa me convirtió a mí también en el propio protagonista desmenuzando mis propios sentimientos de impotencia, tristeza y aceptación de una situación irreversible.

En mi Congregación tenemos una hermana viviendo en las neblinas de su historia. Fue una misionera entregada, feliz en su vida como religiosa, una mujer que supo querer y dejarse querer. Cada vez que me ve me asocia con mi sobrino y dice siempre lo mismo -y el guaje ¿qué?-, como si la pregunta que hizo hace apenas cinco minutos hubiese sido hecha el mes pasado. Y yo le contesto dependiendo del momento: muy guapo, bien, creciendo, estudiando, de vacaciones.... 

Mi respeto pero sobre todo mi cariño por quienes viven ese laberinto donde la vida pierde sentido y mi respeto y cariño por quienes están a su lado acompañándolos desde su propio laberinto de sentimientos. Por desgracia, hay muchas probabilidades de encontrarnos en uno u otro grupo asumiendo una situación que se ha instalado en nuestras vidas sin posibilidad, por el momento, de desaparecer.

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